miércoles, 31 de diciembre de 2014

CARACAS, VENTA DE AIRE

La crisis diplomática entre Venezuela y Panamá hizo que, cuando llegué al país de Andrés Bello y Ramos Sucre para ver a un anciano tío de mi padre, emigrado a Caracas desde finales de los años cuarenta, y fui al mercado, no pudiera encontrar nada de lo que necesitaba. Maduro se había cabreado, y cuando quise comprar azúcar, aceite, papel higiénico, pollo y pasta de dientes, me di cuenta, tras buscar por todos partes, que tendría que endulzarme por mí mismo, freír chuchangas, limpiarme el culo con hojas o piedras, y evitar sonreír mientras ahorraba para el dentista. En los almacenes tampoco podía encontrarse pollo ni café.
En un último esfuerzo, logré que me vendieran unas botellas de leche por el triple de su valor antes de la crisis. «No hay otra cosa», me dijo la dependienta. No me quedó más remedio que llevarme la leche. Con ella he conseguido guisar ingeniosamente mis arepas de harina de tierra con humus y lombrices, y formar una pasta mezclando la leche con ciertas resinas pegajosas para cumplir con la limpieza de los dientes. El culo no he tenido más remedio que seguir limpiándomelo con hojas. La leche no resultó muy eficaz para lavar, así que comencé a vestirme poco y a escandalizar a los vecinos, quienes apenas sí salían a la calle. Cuando salían, iban envueltos en camisas y pantalones malolientes y de aspecto deplorable.
Tenía que adaptarme: quería ahorrarme disgustos, bastantes problemas tenía ya. Aguanté bebiendo leche un par de semanas, luego salí desnudo y de noche, con el hacha de mi tío en la mano, a cazar gente para llenar la despensa. El gobierno no ofrecía otra solución.




martes, 30 de diciembre de 2014

PUSILÁNIMES

Hay instantes verdaderamente milagrosos en los que una mente adormilada toda su vida y llevada, por inercia, engrasada en el ritmo hueco y monótono del sistema, despierta, se afirma y se contempla a sí misma y lo que hay alrededor, como si Descartes se hubiera levantado del polvo honorable de los siglos para gritar en el oído del pusilánime, o como si Charles Chaplin, con su genial y torpe mano muerta, le hubiese golpeado por error en la espinilla con una llave inglesa.
Porque el pusilánime, efectivamente, suele obviar que aún tiene pulso y que la vida (además de París) también puede ser una fiesta. Pero el pusilánime suele moverse mecánicamente: es como uno de los trabajadores subterráneos de Metrópolis, y hasta que el alma no vuelve al cuerpo ni siquiera cae en la cuenta de que está en hora, por supuesto, con la más sórdida atonía, eternidad en triste vilo.
Él sólo es susceptible de obedecer a una música pautada, a un flautista que lo mira con desprecio indisimulable desde arriba, y lo va sacando ―por nada, poco a poco de la vida. El pusilánime está tan anulado desde siempre que, no guardando conciencia, ni siquiera sufrirá por este accidente sin importancia.








domingo, 28 de diciembre de 2014

JUEVES, 12 DE JUNIO DE 2003. La hermosa tarde de verano gira entre esquinas azules. Ruedan las hojas hacia poniente. Cae la sombra como un pétalo que ni murmullo tiene entre la hierba. Suena una extraña música. Deriva imperceptible el sol, las nubes, las alas y los cuerpos, hechos a la vez de luz y oscuridad, de claridad y tiniebla. Una tristeza mágica susurra con la complicidad de tu boca. La verdad de los árboles y del agua. No pasa nada, la brisa de una juventud llena de encanto, palabras, risas... sensuales, poderosas.
Flores de lirio caídas en los patios de las casas. Los muros ya no lucen su jazmín real. Ya no queda nadie en esta playa que parece ir apartándose de ti: sólo equívoca quietud sin cuerpos desnudos. Quizá comienzan ahora los días más hermosos. En la Calle Flores y sol, al pasar en el coche con David, me fijo en las buganvillas de una casa que parece abandonada, y sobre la que pasan nubes, palomas y sombras constantemente.
Sobre la arena tibia del ocaso, la vida parece ir abandonándose, dejándose ir sobre un reino que se pierde en estas últimas noches de una primavera casi estival. Las estrellas y la luna se asoman a la vez que comienza a oírse una música casi silenciosa. Brilla Mahler en la penumbra del cuarto. El aire se hace cada vez más frágil. Plenitud y esplendor, esta es la eternidad más breve. Morador de entresueños, en la memoria aún percute el fulgor de los rostros recién vistos. Todo mientras bebes de la sombra de un labio, emocionado, torpe y solo, cada cosa que has puesto en esta música y es tan sólo tu vida.


viernes, 26 de diciembre de 2014

PARA ENCONTRAR EL SOL DE MEDIANOCHE


Aquellas noches de verano claras, el aburrimiento fastidioso sentido durante tantos días que se hacían casi insoportables. Tu cama estaba revuelta y la luna se confundía en las sábanas con las luces de la calle. Después de otra tarde silenciosa y solitaria, dedicada a pasear o a vagar sin rumbo, te preparabas para dormir. En el jardín no había lirios, pero sí espliego, o eso te parecía, y linarias tenaces junto al recuerdo de jazmines que habían ardido a finales de junio. Era un perfume suave el aire y cantaban los grillos. En un vaso con agua, alguien había puesto algunas flores que suspendían aquella vieja habitación de hotel, envuelta en el turbio olor de sus pétalos. Tras leer un poco, apagabas la luz de la pequeña lámpara en la mesilla de noche, e intentabas dormir después de desnudar tu cuerpo en lo oscuro y sintiéndolo ágil y tibio.
Era entonces cuando rompían la atmósfera, desde el oeste, los instrumentos y las voces de una fiesta, incitadora y dolorosa porque estaba lejos, y parecía hablarte de belleza y alegría, de recuerdos inflamables, adolescencia pura. Como una antorcha que ilumina la cueva excavada en la falda de un monte desolado, como la hoguera que dicen que brilla sobre el agua del olvido, como estrellas que arden en el vacío sobre el mundo... por el laberinto escondido de la sangre, algo secreto fingía estar declarándose, buscando una forma de morir o de vivir completamente. Vida cargada de devoraciones, en aquella música había una llamada, latía un reclamo fuerte, como el del agua para el sediento o la dosis para el adicto.
Allí, dentro de aquellas voces, no se había puesto el último sol y seguía brillando sin anular la oscuridad de la noche. Pensaste que también fuiste, que ya habías estado, que allí habías aprendido a adueñarte de tu propio placer, y seguirías yendo con una avidez o una angustia heridas por la presencia, por lo que es hermoso y se derrama generosamente con una gracia sin precauciones. Bastaría con caer, con vencerse y acudir a la llamada. Pediste a los dioses del azar, del espacio y del tiempo, que otra madrugada como aquella te llevasen a su baile, que su cuerpo llegara otra vez hasta tus brazos, y ella y tú girasen enlazados en una canción sin fin. Aún su tacto, a pesar de los años, se queda contigo y te hiere. Espalda y pecho, manos y cabellos... en aquellas noches, las canciones de aquel verano parecían idénticas, y todo estaba más nítido para los sentidos mientras pudiera agarrarse el instante hasta deshacerlo.
Del lado donde se pone el sol regresaban aquellas canciones; allí donde infierno y paraíso celebraron sus bodas una vez, y aún duraba su resaca en la afección, en la intimidad y en la memoria. Si entonces, hace años, hubieras tenido el paseo de las palmeras, atrevimiento, altas constelaciones, ebriedad, valor... y una playa desnuda e imprecisa que sigue buscándose en los cuerpos cuando ya se ha encontrado. Lo sabes: Era sólo emoción e intimidad lo que sentías, deseo alimentado por reminiscencias, por sueños y vigilias revueltos sobre una cama de hotel donde se confundían luz y calamidad, placer imaginado y tinieblas.
Otra noche es la noche, la de ahora, la de hoy o ayer mismo. Por el campo arrasado, en otro verano, en agosto, caminas por calles viejas junto a una amiga que también conoce la música de la carne y te invita al vértigo, a enfrentar el recuerdo de él con su presente. Porque siempre es nueva la noche cuando vas de camino, oscuro, hacia su interior, bajo un resplandor fugaz y colores, iridiscencias para tus ojos crédulos. Hoy miras el lugar evocado, lo deseado apareciendo de pronto bajo farolas de escueta luz.
Esta noche es como cada noche que fue o pudo haber sido; pero tiene como una claridad distinta, meridional, clara y tenebrosa a la vez. Hay como un bronce estival en la cara de la luna que repica en los cuerpos, redobla como un eco silencioso, afilado como un puñal que brilla sólo un instante bajo las estrellas antes de hundirse. Hay en ti una apetencia de placer y plenitud muy superior a tus fuerzas, mayor que tu imaginación o que tu propia vida; un vil delirio inagotable que, al encuentro del sol de medianoche, lo hace arder —intangible— más allá de la frustración o el fracaso; más, mucho más allá de cualquier derrota o distancia que esta tierra te tenga preparada (24 de agosto de 2003).




jueves, 25 de diciembre de 2014

MI HERMANO MAYOR

Mis padres habían muerto en un accidente de tráfico regresando a casa de una cena, a altas horas de la noche. Mis abuelos habían muerto también hace años, y no podía contar con mis tíos. Yo aún era pequeño y mi hermano mayor cruzó una noche el océano para ocuparse de mí, como quien se enfrenta a su pasado o asume, al fin, el pago de una vieja deuda. Yo apenas sí me acordaba de él y me enseñó pronto que nada le molestaba más que el abuso de los débiles, y una cosa en la que creía ciegamente: el orgullo y el esfuerzo pueden con todo y hacen que se fortalezca el espíritu.
Sabía que no podía sustituir a nuestros padres, pero estos principios lo empujaron a intentar que yo casi nunca los echara de menos. Las mismas cualidades lo hacían persistir en su empeño por convertirse en uno de los mejores escritores del mundo; ahora, además, tenía que ser, como la Santísima Trinidad, tres personas a la vez: mis padres y mi hermano mayor. No era sencillo ni para él ni para nadie. Antes de la terrible circunstancia, ni siquiera tuvo que existir para sí mismo. La literatura es un trabajo solitario, como se ha dicho muchas veces.

 






miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA LARGA ESPERA

Como siempre, desde hace más de veinte años, ya es de madrugada y el viejo continúa solo, sentado en su polvoriento sillón de la terraza. Ensimismado, mira sus campos y plantaciones, los invernaderos frente a él, mientras la débil luz de una lamparilla de queroseno ilumina la foto vaga y risueña de su hijo. El viejo escucha el ronroneo del gato, el viento ardiendo en las altas copas de los pinos, y un programa de entrevistas en su antiguo aparato de radio… Lo escucha todo, pero siempre cae dormido antes de que su hijo le diga que es inútil la espera, que está muerto, y ya no puede atravesar los caminos de la noche para sentarse con él.


lunes, 22 de diciembre de 2014

EL AHOGADO

Juan Jesús, el hijo de Maruca, la anciana que vive en la casa de Juan Ramos, se ahogó en la playa del pueblo cuando sólo tenía siete años. Mi madre siempre dice que mi abuela contaba cómo lo buscaron durante días a mucha distancia de la orilla, mar adentro, y que el pobrecito estaba allí mismo, a unos pocos metros, donde la arena se acaba y viene luego un gran socavón. Juan Jesús no sabía nadar y murió por atrevido y confiado, eso escuché siempre. Fue un golpe durísimo para la madre que, pese al tiempo transcurrido, nunca se recuperó ni volvió a ser la misma; aunque le quedaba otra hija, Inmaculada. Casi sesenta años después, estaba yo una tarde en la playa preguntándome dónde había ocurrido exactamente todo. Nadie hablaba ya de ello y la gente fingía haberlo olvidado. Ocioso, tomaba el sol, leía o miraba a las gaviotas picoteando entre las algas, hasta que un niño se me acercó de pronto con un cubo, un rastrillo de juguete en la mano y un papelito. «Es para usted», me dijo, y volvió corriendo a la orilla. Intrigado, abrí la hoja un poco mojada: «Ayúdame. Las noches de invierno aquí abajo son muy oscuras», habían escrito con mala letra infantil.











viernes, 19 de diciembre de 2014

CAMBIO DE CIELO

Coelum non animum mutant qui trans mare currunt
Horacio

Se había criado en una buena familia de la burguesía catalana, y se supone que había hecho todo lo que había que hacer en la vida: había estudiado, había completado con éxito sus estudios, había entrado a trabajar ocupando un alto cargo en la empresa familiar, presidida por el patriarca del clan, se había casado con una chica guapa, fina, educada, elegante, estupenda..., había tenido con ella tres niños preciosos: dos chicos y la princesita. Un día se hartó y, sin previo aviso ni amenaza, lo abandonó todo y, tras coger un avión, recaló en el sudeste asiático, en la isla de Koh Lipe (Tailandia), donde, tras vagabundear por unas semanas en Bangkok, conoció los placeres y peligros de una existencia disoluta, nocturna y desordenada, y se asentó con una isleña hermosa y adolescente, con la que regenta un pequeño chiringuito al borde de la playa.
Allí pone en práctica lo aprendido en sus cursos de psicología vocacional, escuchando y aconsejando a turistas infelices que corren tras la desdicha sobre la superficie de la Tierra. Lo llaman «El Brujo» por esto y por ciertos rituales clandestinos que practica de madrugada en su cabaña litoral, rodeado de numerosas y lúbricas adolescentes. Cuenta anécdotas de España y de su familia que embelesan a los lugareños, experiencias jamás previstas en Koh Lipe y su escueta literatura semirural, y todos sus vecinos se congregan al atardecer para oír sus leyendas españolas. Él se siente como Robert Louis Stevenson en sus últimos años de Samoa, y se ha hecho llamar Tusitala. Hace solo unos pocos años, cuando era gerente y hacía las funciones de abogado para papá, todos los días eran iguales y, tras ver la película La playa, soñaba con vivir así: sin horarios, sin stress, sin grandes asuntos entre manos, rodeado de bellas mujeres tailandesas que le hagan olvidar qué es el frío.
Hoy se siente libre y vive en una tierra abierta y acogedora, generosa con el extranjero. Nadie lo espera y a nadie tiene que esperar, come cuando quiere en bermudas y en cholas, y duerme siestas ruidosas junto a vírgenes tailandesas de rasgos arrebatadores y pieles de tono dorado, tersas como la seda hindú. Algo sin embargo lo inquieta en las noches más húmedas del Monzón, cuando despierta sudoroso sobre su camastro con mosquitero. El cielo en Koh Lipe es distinto, pero su cerebro sigue trabajando a destajo, y procurando los mejores dividendos para la próspera empresa familiar de Barcelona.

 

jueves, 18 de diciembre de 2014

NOCHE EN UN HOTEL RURAL

Había encontrado el hotel de casualidad, camino de Zaragoza, y cogió una habitación para pasar la noche. Pocas horas después de subir hasta su planta, y atravesar un pasillo que se apagaba a su paso, se había duchado, había cenado algo ligero y estaba en la cama, agotado; pero no podía dormir: lloraba como un niño agarrado a la almohada y se había cubierto la cabeza con las sábanas, envuelto por la oscuridad, esperando que el rostro que estaba a sus pies desapareciera y que las voces que susurraban, dejaran de oírse. Nunca se había sentido tan vulnerable e impotente. Reuniendo todo el valor que le quedaba, salió de debajo de las sábanas y miró el cuarto en el que estaba alojado: feo, anticuado, con muebles viejos, del siglo pasado, y paredes forradas con un papel infantil que ya no se vendía. Aquel sitio era la viva imagen de la decadencia y del abandono en que estaba el resto del pueblo. La humedad y el frío se dejaban sentir hasta los huesos, cuando vio horrorizado a las sombras que se acercaban a la ventana para tirarse, y oyó un llanto muy profundo y triste, casi insoportable, que parecía venir de la habitación de al lado; pero aquel era un establecimiento pequeño, olvidado, donde ya no paraba casi nadie, y él era el único cliente.











lunes, 8 de diciembre de 2014

LA PISCINA

El niño lleva ya mucho tiempo en el agua. Es verano, ha aprobado todo y está de vacaciones. Ni quiere ni se decide a salir. Tiene las yemas de los dedos arrugadas, y su madre ha ido muchas veces al jardín para gritarle que salga y se seque de una vez. Pronto caerá la noche y la cena casi está lista. El papá está a punto de llegar. El niño se sumerge una y otra vez, bucea hacia el fondo como si hubiese perdido algo y tratara de encontrarlo. El fondo es negro, parece muy profundo, y casi no se ve. Solo logra distinguir algunos corales y medusas, rocas, algas, y raros peces medianos y polícromos sin ningún parecido entre sí. El niño teme lo que ansía y tiembla. Respira con dificultad, está agotado; pero no ceja en su empeño. Del fondo emerge de pronto un cuerpo que le horroriza y le provoca un grito. Es un cadáver muy blanco y ha sido parcialmente mordisqueado por los peces. El cuerpo está atado de pies y manos a un bloque de cemento. Reconoce el rostro pálido y ojeroso: es su madre, pero entonces, ¿quién lo llama desde el jardín para que entre a cenar? El niño prefiere no salir de la piscina. La vida de fuera le da más miedo que la quietud impotente de los muertos.










domingo, 7 de diciembre de 2014

LA CIUDAD DE PIEDRA

En el valle donde aún se asienta la antigua ciudad de Petra (en árabe, al-Batrā`), en la actual Jordania, las luces y las sombras juegan con lenguas y límites desconocidos en el misterioso templo de Ad Deir. Los antiguos edomitas construyeron plenitud y opacidades iluminando zonas concretas en los solsticios y equinoccios, según lo dispuesto por su arquitectura y su paisaje rojo. Durante el último solsticio de invierno que los nabateos vivieron allí, el sol, como una bestia atronadora, penetró en el monasterio y quemó los altares, incendiando también las manos y los ojos de sus adoradores. Fue entonces cuando una deidad elemental, animada por las llamaradas, se levantó de su podium, y fue devorando y mutilando a los sumos sacerdotes. Frente a Ad Deir, la diosa Al Uzza, montaña con forma de cabeza de león, despertó de su sueño y abrió también su boca sagrada. Los siglos sellaron un pacto de silencio sobre estos hechos. La Historia, las crónicas hablaron del cambio de las rutas comerciales y los terremotos como causa del olvido.



sábado, 6 de diciembre de 2014

SERENA NOCHE SIEMPRE OSCURA

Viene de pronto la noche y te pone una mano en el hombro. Te veo volver de dar tus clases de inglés y yo ya estoy en la terraza. Antes tuve una alumna rusa con la que me empeñaba en la importancia de las preposiciones. Adoro tus gafas rojas mezcladas con tu pelo, desordenado y libre como las imágenes de esta terraza italiana donde siempre es "domani, gelato, possibile, cigarreta..." Me gustan tus gafas rojas y acariciarlas de noche, cuando te quedas dormida, y entra por la ventana la música espantosa de una fiesta lejana; los acordes de los dueños del placer. Huele a albahaca y a comida italiana. Huele a Eslovaquia y a la Venecia del amigo Mauro, empapada por una lágrima de Pound y el espeso semen de Giacomo Casanova cayendo sobre las agudas máscaras. También aquí salen del mar bellezas gigantescas, mármoles fresquísimos, y sabemos agotar el amargor de la ginebra y la sequedad del vino blanco. Qué sutil esta in vención este recoveco del destino, este punto ciego en el puente que desemboca en la espuma. ¿Acaso no arde bastante el hielo en la palma de la mano? ¿Acaso hay una luna mejor que ésta, mordisqueada, que florece sobre la Montaña Amarilla? ¿Acaso podemos ser más felices que en esta Polonia de Bratislava, en esta Milán de Bruselas? En tanto, las flores nos atienden, Elton John canta "Rocket Man" y Pete Doherty su "Sheepskin Tearaway". El placer boquea como un pez agonizante en su vaso impuro.



jueves, 4 de diciembre de 2014

ELOGIO DEL FIRRINGALLO

Por la caducidad abacorado,
El firringallo lívido acontece.
Aciscamiento íntegro acaece
En su brillo moral abaldonado.


No es él berol ni záfiro entusado,
Aunque trafulle el quíquere en sus trece
Por pedir a este ñoco que atardece
Que cuente lo que tiene descontado.

Dejen al firringallo desbruzarse,
Que él conoce cuál es su cabera
Y en qué gangocha se hace postrimero.

Maguado lo verás en quebradero:
Solo tiene cambuja y calavera.
Diera el mundo por desapadrinarse.
JAVI “EL GAVIOTA”

 Finfle, gacho mordisqueado, echón,
se pasa día y noche desagallado,
pidiendo “lamparita”, lambuciado
por el vino pirriaca y vacilón.


Sabichoso que juye del turbón,
Se desamora, quédase embaifado.
Fanguero, sabandija, enmachangado...,
y nadie le habichuela el corazón.

Le he visto crecer como un plumero
Y resignarse, mínimo y descuerado,
a su tamaño zuaja de soturno.

Él es así, se pone rabilero;
pero lo dejan solo y emborcado,
inerme bajo el cielo más nocturno.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

CONOCIMIENTO DE JUAN GOYTISOLO, SEPTIEMBRE DE 2011


Ya en el hotel, decidimos tomar un nuevo café en el bar. Pasadas las cuatro, Alejandro K. llegó sonriente y preguntándome: «Comment ça va?» «Ça va bien. Et toi?», le respondí. Acabamos los cafés y salimos del bar. Juan ya estaba esperando y Alek fue a buscar su furgoneta para recogernos, mientras yo no perdía de vista la figura delgada, enjuta y casi transparente de Goytisolo, quien iba acompañado siempre por un hombre grueso, moreno y de abundante bigote, Luzhán o Luzán (no conozco la ortografía exacta de este nombre). Lo cierto es que el contraste que ofrecía la pareja, al verlos juntos, era muy agudo y me hacía pensar en esos deliciosos Bouvard y Pécuchet que Goytitsolo citaba ayer por la tarde en su primera intervención en el SILA. Me gustó que Juan citara esta novela de Flaubert, una de mis favoritas; aunque la pareja también podía recordar a los ya míticos Abbott y Costello.
Alek regresó en pocos minutos con su furgoneta y nos presentó a Goytisolo, quien nos dio la mano con una sonrisa. Subimos al coche y, nada más hacerlo, comprobé la curiosidad de la que hablaba ayer mismo: el viejo y gran escritor no perdía detalle de nada, y le preguntaba a Alek sobre el nombre y el origen de algunas de las flores que se podían ver en la rambla (sólo rambla, y dejemos ya de nombrar al generalísimo). Alek le hablaba del jacarandá, el flamboyán y de muchos otros árboles y flores (algunos de ellos de origen sudamericano). Juan demostró un conocimiento y un interés amplio y detallado de la botánica, y nos dijo que en Marruecos existían plantas muy similares a aquellas que veíamos, o que tenían el mismo origen.
Salimos de la rambla y cogimos la autopista. Goytisolo nunca había estado en Tenerife, sino en Las Palmas hace unos años, e invitado a dar una conferencia en las jornadas dedicadas a Las mil y Una Noches, y en las que también participó el pintor José María Sicilia. Me atreví a hablarle de Góngora, de la frescura de su poesía, de la oralidad y de la sorpresa enorme y agradable que me llevé con La lozana andaluza (1528) cuando ya estábamos llegando a la altura del Campus de Guajara. Recuerdo que le hablé del divertidísimo Vida y hehos deEstebanillo González (1646), que yo descubrí hace unos años gracias a un ensayo recogido en El furgón de cola (1967). Juan se deshizo en elogios con La lozana y me contó que, siendo profesor en la Universidad de Nueva York, lo acusaron de enseñar «literatura pornográfica» por hablar en sus clases de La Celestina y de la novela de Francisco Delicado. Llegando ya a Guajara, Alek anunció: «Aquí, a la derecha, está la Facultad de Filología y la de Filosofía». Seguimos subiendo camino de La Esperanza: parece que la idea era llevar a Goytisolo hasta Las Cañadas para que viera el Teide, y luego a Garachico: para muchos de los que viven un tiempo aquí o pasan por la isla: «el pueblo más bonito del mundo».
Entrando en el monte, Juan quiso saber cuántos habitantes tenía la isla. Alek le respondió que estaba en torno a unos 600.000, aunque lo cierto es que la población de la Tenerife ya superaba entonces los 900.000: 906.854 concretamente, siendo la más poblada de España. No tardaría mucho la cosa en ponerse sobre el millón. Lo que sí es cierto es que, al menos, la mitad de la población vive en Santa Cruz o en La Laguna; el tercer municipio más poblado (según había leído hacía unos días en el periódico) es Arona. Nada más entrar en la llamada Corona Forestal, Goytisolo comentó que aquello era «como El Atlas», cuya extensión alcanza los 2400 kilómetros y su altura máxima es la del pico Toubkal, de 4167 metros. De vez en cuando, Juan le hablaba en árabe a su acompañante, y luego nos traducía sus palabras. Yo me sentía cada vez más relajado ante la presencia de Goytisolo; aunque creo que alguno de nosotros seguía algo nervioso. Alek era el único que había coincidido y hablado antes con él en Las Palmas y en Madrid, cuando había presentado su antología de Ángel Crespo, La realidad entera (2005).
Entrábamos en el monte y el escritor, el autor de Las virtudes del pájaro solitario (1988), no perdía detalle, como dije antes, de lo que veía a su alrededor. Hicimos una primera parada en un mirador desde el que se veía Santa Cruz y la cordillera de Anaga, al fondo, con la inconfundible silueta del auditorio y el crecimiento atropellado y en desorden de la ciudad en los últimos años, especialmente en su parte sur. En el rostro de Juan Goytisolo, a pesar de la severidad de sus rasgos, se podía leer una sincera y amable ternura, especialmente cuando sonreía. Y allí estábamos, junto a aquel hombre ya muy mayor y de apariencia tan frágil; pero lleno de lucidez y de finísima inteligencia.
Volvimos al coche y seguimos el pequeño viaje. Quizá no sabía que aquel iba a convertirse en un momento inolvidable y una oportunidad única, y quizá fuera mejor así. No quería olvidar nada, y escuchaba atentamente cada una de las palabras que Goytisolo decía. Durante la conversación parecía inevitable que algunos nombres salieran al paso, pues creo que estábamos ansiosos por saber lo que Juan opinaba sobre cualquier cosa; aunque esas cosas ya hubieran sido escritas en sus libros. Alek recordó la famosa excursión de Jacqueline Lamba y André Breton en 1935, cuando se hizo la «I Exposición Internacional del Surrealismo», y el resultado de aquella visita: el poema «Le château étoilé» y el libro El viaje a Tenerife (1935). Y luego, la más reciente de Haroldo de Campos, que dejó de ella textos tan hermosos como el poema «Grecia en Canarias», de su libro Crisantempo (1998). Juan dijo haber leído L´amour fou (1937) hace muchos años y luego habló maravillas del gran novelista brasileño João Guimarães Rosa y de su libro Grande sertão: Veredas (1956). Desgraciadamente, la mejor literatura escrita en Brasil creo que aún no se conoce muy bien ni se lee en España con la atención que se merece. Hablamos también de João Cabral de Melo y de Mario y Oswald de Andrade. Cada vez la cercanía era mayor y la charla más cercana.
Seguíamos subiendo hacia el Teide, y nos encontramos por el camino con la niebla, mientras Juan no dejaba de comentar que aquel paisaje era muy parecido al de la Cordillera del Atlas. Alek recordó el incendio que hubo hace algunos años, y que el pino canario es capaz de resistir el fuego sin morir, protegido por una corteza que se ennegrece y se quema; pero que luego llega a recuperarse y protege el interior del árbol. Juan pidió parar de nuevo, ya que las curvas de la carretera estaban haciendo mella en su espalda, y Alek le dijo que había un nuevo parador o mirador a unos metros, y desde el que se podía apreciar el costado sur de la isla.
Llegamos a él, pero el mar de nubes cubría la vista de Güímar y de Candelaria; aunque en el horizonte sí que se podía distinguir la isla de Gran Canaria. Le comenté a Juan que Cernuda sigue siendo el poeta del 27 menos estudiado y presente en los planes de estudio y temarios dedicados a la Literatura Española Moderna en la Universidad de La Laguna, al menos, cuando yo todavía estudiaba en ella. Me contó que en Estados Unidos enseñaba un profesor cuyo único argumento contra el poeta sevillano, pero que usaba una y otra vez, es que era «muy antipático». Juan no recordaba (o no quería recordar) el nombre de dicho profesor, aunque yo supuse quién podría ser. Al contar esta anécdota, Goytisolo sonrió suavemente, con lo que parecía cierta ironía melancólica.
Continuamos el camino hasta el que quizá sea el mirador más bello de Las Cañadas, el de Chipude. Fue inevitable recordar mis excursiones con el instituto a aquel lugar, en los atardeceres de hace ya quince años: me acordé de Y. C., de la que estaba secretamente enamorado entonces; y me acordé de la siempre melancólica Patricia, la amiga triste con infinitos problemas familiares. Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no iba a Chipude, y esta nueva visita me emocionó porque implicaba para mí el sentimiento paradójico de admitir los cambios y las pérdidas y, a la vez, reconocer la fidelidad de la memoria a un espacio físico y sentimental que resistía, que se conjuraba como una hermosa fe cabezota en cierta forma de permanencia.
Bajamos del coche y fuimos a mirar el Teide y el mar de nubes con un Juan Goytisolo maravillado ante el espectáculo. Mientras estábamos allí, el escritor hablaba en árabe dialectal de Marruecos con su acompañante, y luego me contaba a mí una historia de Julio Caro Baroja en la que un hombre encerrado estudia la anatomía de las aves y su vuelo, todo con la intención de fabricarse unas alas que soportaran su peso, y con ellas escapar de su cárcel. «Julio Caro Baroja es mucho mejor que su tío Pío», me dijo Juan con una media sonrisa. En Chipude, que ofrece las mejores vistas hasta ahora, es donde estamos más tiempo. Alek, de vuelta al coche, le pide a Goytisolo que le firme un ejemplar de En los reinos de Taifa (1986), libro que él había robado hacía ya más de veinte años del instituto Poeta Viana, donde Alejandro R. admite, con reservas, haber estudiado. «Muy bien», contesta Juan mientras escribe lentamente en una de las primeras páginas de uno de los tomos de sus memorias.
Aunque el plan para la excursión era seguir subiendo hasta el Teide, recoger a Victor en La Orotava y visitar Garachico, Juan dice estar cansado y decidimos bajar ya a Santa Cruz. Recuerdo haberle comentado a Goytisolo que ahora estaba leyendo una novela bellísima, El libro negro, de Orhan Pamuk (publicada por Alfaguara en 2001 y reeditada en 2006, esta última era la mía). Me dijo que ésa era la mejor novela de Pamuk, y elogió la escritura y los libros del joven Premio Nobel turco (joven para ser Nobel, quiero decir, ya que este premio se suele conceder ya casi post mortem o muy in senectute, si exceptuamos el caso atípico de Pamuk, el de Camus, y algún otro).
De regreso a Santa cruz, no sé exactamente cómo; pero el tema de Cuba y su cine y literatura se convirtieron en el centro de la conversación. A mí me interesaba mucho porque deseaba escuchar de viva voz lo que Goytisolo luego dijo sobre algunos de mis escritores favoritos: José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Eliseo Diego, Virgilio Piñera o Reinaldo Arenas. Creo que el primero sobre el que dijo algo fue Virgilio y los problemas que éste tuvo, una vez triunfó la Revolución, con el Régimen Castrista. Juan dijo haber sido el primer escritor español que fue a Cuba tras el éxito de Castro y la fuga de Batista. Luego habló de Lezama cuando le comenté que el gobierno cubano no lo dejaba salir de la isla. Fue inevitable recordar el conocido «Caso Padilla» o a Reinaldo Arenas, a quien Goytisolo llegó a conocer en Nueva York, y del que guardaba muy buenos recuerdos.
Recordé que yo había empezado a interesarme por la obra de Arenas a partir de Antes que anochezca (2000), la película necesaria pero mejorable de Julian Schnabel protagonizada por Javier Bardem. Tras verla empecé a leer Celestino antes del alba (1967), y luego todo lo demás. Alek recordó la ya clásica y popular Fresa y chocolate (1994), película que había visto en sus años de estudiante en La Laguna y cómo, pese a su afición a Lezama compartida con otros amigos y compañeros de clase, una profesora se había negado a hablar y a leer en su asignatura la obra del «etrusco de La Habana vieja». Bueno, supongo que no debe ser nada fácil enseñar literatura cuando no se siente verdadera pasión por las palabras, y más aún en los casos de Lezama Lima o Luis Cernuda, que no hacen concesiones éticas ni estéticas con el sencillo maestro de departamento universitario que se acomoda a repetir cada año los temas del anterior sin cuestionarlos ni discutirlos.
Llegamos frente al aeropuerto de Los Rodeos, y Alek le preguntó a Juan si quería tomar café en La Laguna; pero éste le dijo que prefería bajar ya a Santa Cruz. Recuerdo que Alek le comentó a Goytisolo que ahora dirigía un festival de cine documental (Miradas.doc, en Guía de Isora) y, a colación con el tema de Cuba y el director exiliado Rolando Díaz (profesor y jurado en el festival), Juan le recomendó proyectar PM (1961). Yo tenía bastante fresca PM porque la había visto hacía pocas semanas, y luego vi el programa dedicado a Guillermo Cabrera Infante en A fondo (1976-1981). Le comenté a Goytisolo mi afición por La Habana para un infante difunto (1979), por Tres tristes tigres (1964) o por las pocas novelas de Carlos Fuentes que había leído hasta entonces. Juan dijo que no sabía cómo Fuentes «podía soportar tanto homenaje», y lo cierto es que así era; aunque Carlos Fuentes parece tener una paciencia y una vitalidad inagotables a pesar de su edad.
Ya entrando en Santa Cruz hablamos de Italia y de los recortes presupuestarios hechos hace tiempo por el gobierno de Berlusconi en cultura, mientras se caían a pedazos las ruinas de Pompeya. Me acordé de aquella memorable frase de su ministro de economía Giulio Tremonti: «Haceros un bocadillo con la Divina Comedia», frase dicha a los que se manifestaban y se ponían en huelga en Milán como protesta contra los recortes exagerados e injustos. A mí me parecía fatal e imposible (hoy ya no me parece lo segundo) para el presidente de un gobierno la combinación de recortes presupuestarios con el despilfarro (¡de millones de euros!) en sus fiestas privadas bien aderezadas de prostitutas de lujo, algunas de ellas menores de edad. Pero lo cierto es que, a las duras y a las maduras (con mociones de censura salvadas in extremis), Berlusconi seguía ahí, en la poltrona, como uno de esos insaciables «vientres sentados» de los que hablaba Luis Cernuda. Juan comentó que, si como se preveía, ganaba el PP las próximas Elecciones Generales, temía una muy probable «Berlusconización de España». Creo que si eso ocurriese, difícilmente nos podría ya pasar algo peor: se especulaba entonces hasta con la desaparición del Ministerio de Cultura.
De vuelta en el hotel, fuimos a la cafetería para tomar algo. Alek y Alejandro piden café, Sergio una tónica, Juan un té con limón y yo, otra tónica. La tarde está cayendo sobre Santa Cruz mientras seguimos hablando con Juan sobre la mediocridad desesperante de las novelas de Javier Marías: yo no pude pasar del primer párrafo de la última, Los enamoramientos (2011), que me regaló Sole por mi cumpleaños y que no pude más que cambiar por otros libros más apetecibles: La casa muerta (2009) y Áyax (2008), de Yannis Ritsos, uno de mis poetas preferidos de cualquier época y de cualquier idioma. Hablamos también de cómo escribe cada uno o de esa tarea mnemotécnica de Goytisolo que consiste en aprender diez palabras nuevas cada día. Mientras me lo cuenta sonríe ligeramente, como con una ternura cariñosa que echa por tierra, de nuevo, toda la dureza y severidad aparente de sus rasgos. Finalmente todos tenemos que irnos y el encuentro con el autor de Juan sin tierra (1975) termina.
Goytisolo insiste en invitarnos cuando nosotros íbamos a pagar. Ante la puerta del hotel, le damos un abrazo y un último apretón de manos a Juan. A mí no deja de parecerme, con cierta nostalgia y tristeza prematuras que éste había sido, fue y será mi primer y último encuentro con él.






martes, 2 de diciembre de 2014

BÁLSAMO NEGRO

Por el balcón abierto, en la noche caliente
como un remordimiento, penetraban las risas
de los chicos que afuera
pronunciaban palabras
exageradas y grotescas,
como una máscara de carnaval
veneciano o una ley de Herodes.

No sé si confundía aquella música
con un antiguo sentimiento,
con una vieja imagen de mí mismo,
e imaginé que todos me esperaban
y se preguntaban por mí,
con murmullos soplados por la luna
para aliviar la herida
que siempre deja el nombre del ausente.

Dormir debe ser esto:
olvidar que estás solo, no poder
olvidar que aún conservas estos párpados
que no saben caer de pie,
y acariciar tu error
como si fuese un gato blanco y negro
que afilase sus uñas de acero en los sillones.

¿Quién podría dormir ahora,
cuando se está esperando un beso o un robo,
que el ladrón venga de una vez
o que una antigua amante
entre en tu cama sin abrir la puerta?

No siempre veo lo que me hace daño,
rara vez lo comprendo.
Mi vida ha consistido en sustituir
un mal por otro, un daño
por una herida semejante:
la nostalgia por su gemela,
el miedo por su cicatriz,
el rencor por el corte,
la angustia por su madre:
la sangre. Solo así consigo entender algo.

Comerciar con remordimientos,
trabajar el dolor,
fortalecer el miedo,
perdonarte, aprenderlos
sin corregirlos, hacer propios
su oscuridad y sus razones.
Hacer visible al fin la ciénaga,
¿Acaso no era esto la poesía?
Nombres, heridas, adjetivos
colocados, dispuestos, trabajados
en las orillas de lo soportable.




VARIACIÓN SOBRE LA LEY DE GRAVEDAD

Cuando aquel día el hombre viejo abrió la ventana y vio, con asombro no exento de perplejidad, que el cielo y la tierra habían cambiado sus lugares y lo que antes estaba arriba ahora estaba abajo, y viceversa, cerró con terror la persiana y las cortinas y rezó con fuerza y obstinación haber quedado libre de la ley de gravedad que hiciera que su casa, con él dentro, se estrellara en algún sitio desértico, sin una gasolinera cercana, unos grandes almacenes, un bar, y sin agua potable. Estar flotando en el vacío, sin atmósfera, como un astronauta en su estación espacial tampoco le pareció muy seguro. Se sintió como una manzana suspendida en su rama, y dirigió sus oraciones a un solo deseo: que una mano divina lo recogiera, con todas sus pertenencias, y lo depositara en alguna cesta o frutero seguros, y no ser aquella que, por efecto de un viaje no previsto en el tiempo, cayó por sazón excesiva y ley de gravedad sobre la cabeza dura y enorme de Isaac Newton.