sábado, 18 de julio de 2015

A LA SOMBRA DE UN ÁRBOL EN RODMELL

Después de al menos tres lustros sin hacerlo, el Premio de Poesía Pedro García Cabrera que convoca desde 1981 Caja Canarias recayó en 2014 en una mujer: Raquel Martín Caraballo. Se había convertido en tediosa tradición que, cada año, el certamen lo ganase un hombre hasta la aparición de Raquel con un libro, Un árbol en Rodmell (2015), tan singular en la colección editada gracias al premio, como necesario en la poesía canaria actual. Confieso que hasta este libro, nada sabía ni había leído de la autora. ¿Qué es Un árbol en Rodmell? Como ha contado la poeta, el proyecto surgió de un sueño en el que se veía a sí misma caminando por una playa; pero una playa sin mar en la que había un árbol. Además de ella, sólo cruzaban esa visión tres mujeres. No pudo identificarlas entonces, pero ellas fueron presentándose, regresando poco a poco mediante la escritura. Los libros de las tres se fueron cruzando en el camino de Raquel hasta que pudo saber que eran Virginia Woolf, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik las soñadas. Algo cambió y se activó entonces en su sensibilidad.
Virginia, Sylvia y Alejandra le estaban pidiendo a nuestra autora que volviera a ellas, que las escuchara y estableciese un diálogo con sus obras. Entendido como un tríptico cuyas partes se corresponden con los nombres de las tres, Raquel canta y cuenta, reflexiona, trata de prestar voz y comprender las circunstancias que rodearon a estas creadoras geniales, tan distintas como atormentadas, y cuya visión heteróclita de la realidad no les supuso más que la ofensa, el rechazo, la incomprensión o el aislamiento. Así, en estos versos, no pueden más que pesarnos las piedras en los bolsillos de Virginia mientras el río la lleva a un silencio definitivo. Justamente, la parte llamada «Virginia» es la que abre el libro con este extraordinario poema breve:

Todos esos moradores que están en el agua
y en los relojes,
todos esos que habitan en el interior
de tus aposentos,
todos los que te susurran que no existes
porque también ellos son mentira.
Esos seres-voces, como ángeles,
celebran las conjuras,
la energía subterránea de lo que emerge
para caer,
lo que mil veces ha sido contemplado
por primera vez.

El agua, el reloj. En efecto, como escribía Gaston Bachelard en su L'Eau et les rêves: essai sur l'imagination de la matière (1942), no hay elemento más próximo a la idea, al sentimiento del tiempo, que el agua, y es justamente en el agua donde muere Woolf. El poema alude con claridad a este hecho. Pocas mujeres se habrán reivindicado tanto como independientes y escritoras como Virginia Woolf a comienzos del siglo pasado, mientras oía todas esas voces de esquizofrenia o locura que son nombradas en el texto. Los poemas que Raquel dedica a la autora de Orlando (1928) remiten constantemente a los símbolos que rodearon su vida: el agua, las campanas, las olas, además de ese río inevitable y mortal, irrepetible, donde la llama de la novelista inglesa se apagó para siempre sin poder nadar sobre él:

(Siempre viviendo en el río):
el de las cosas que fueron y no fueron,
el mismo en el que naciste,
el que te arrastra,
el que te espera para morir.

El frío íntimo que Raquel ha confesado sentir leyendo los poemas de El coloso (1960) y Ariel (1965), de Sylvia Plath, nos toca con la fuerte interpelación que nos dirigen estas páginas, empujándonos también a buscar el calor del mundo, la calidez de un clima emocional habitable. Sylvia Plath fue una niña hermosa y de precocidad genial nacida en Boston. Con sólo ocho años ya había publicado su primer poema en un periódico de la ciudad. Otto, su padre, profesor universitario de entomología, murió cuando ella sólo tenía diez años. Pronto se presenta la muerte en la vida de Plath. Esta muerte se insinúa como un acto infantil, un parricidio en el primer poema de la serie que le dedica Raquel y que abre la segunda parte del libro:

Había que matar al padre
porque el padre te enseñaba voluntad,
y la voluntad para nada sirve
más que para lo inútilmente oscuro.

Estos versos de Raquel no dejan de recordarnos unos muy conocidos de Plath en su poema «Daddy» (en Ariel) traducidos por Cecilia Bustamante: «Papacito he tenido que liquidarte. / Estabas muerto antes de que hubieses tenido tiempo / pesado como mármol, talega llena de Dios, / estatua lúgubre, una sola pezuña parda / grande como un sello de San Francisco». Como mujer, Sylvia fue muchas Sylvias; como toda gran poeta, fue mucha gente quizá para alcanzar la paz de convertirse en nadie: todas mueren con ella pues todas habían nacido alrededor de ella, acosándola y poseyéndola hasta el exterminio. Así escribe Raquel:

… La protectora. La huidiza. La abandonada. La perseguida.
Todas las mujeres que te habitaron
se congregaron a un tiempo
bajo el poema del gas.

Escoltada y versionada por doce poemas como doce apóstoles silábicos, aparece para cerrar y completar el libro la tercera persona de esta trinidad poética que Raquel nos ofrece en Un árbol en Rodmell: Alejandra Pizarnik. La atormentada y compleja, tan muerta y tan viva en este mundo que habitó levemente al margen de sí misma, de sus circunstancias, incluso de su propio nombre, el primero, Flora, que dejó de lado, que tachó mostrando desde el principio su conflicto con el lenguaje y sus catacumbas y escondites. Flora no, Alejandra, sólo Alejandra le dice a sus padres, y así nace dos veces: no me han creado ustedes, lo hago yo solita. El segundo nombre, tras el que —como nos sugiere el primer poema— también desapareció, buscó vivir la extrañeza, se fugó como el pájaro de cada jaula encontrada que otra poeta genial, Wislawa Szymborska, se preocupaba siempre de mantener vacía. A ella, a Alejandra, le cabía el pequeño júbilo que cantaba Pedro Salinas: habitar los pronombres, Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma, si bien con un conflicto y un dramatismo mayor que en los dos poetas españoles. Así, leemos en el primer texto de esta tercera parte:

Alejandra, Alejandra...
Escúchate bajo el ala de ese nombre herido que te dibujaste.
De todas las voces que te hablan al mismo tiempo
separa la tuya del ramaje del bosque
donde sigues morando...
…............................................................................
(Alejandra, Alejandra...)
Y no supiste qué más hacer con el miedo.


En definitiva, Un árbol en Rodmell (2015) es el libro de una poeta entera y verdadera para «esta noche demasiado blanca».








No hay comentarios:

Publicar un comentario