martes, 21 de julio de 2015

ABRIL DE 2003

Poner un corazón sobre otro, acordar una armonía interior. Un pecho ajeno que siente el contacto y el peso de otro. Ambos se juntan, van en pos el uno del otro, siempre se han estado buscando, como nubes que se mezclan para cruzar el cielo de la mañana. Nubes solas o cuerpos confundidos bajo la altura azul de abril. Los árboles ignoran estas cosas, se colman de frutal paciencia o de una suerte de fácil fidelidad. Hay que tener la mirada hambrienta, agitar las palabras hasta que cada boca se estremezca, y de pronto se abra la noche con una canción.

De noche se descienden escaleras insondables, caen y se alzan muchas luces. Se encuentran playas rebeldes llenas de huellas heridas. No actúa entonces la mentira sino la verdad injuriada de la carne que se reconoce en otra olvidando qué cosa sea el alma. Sin arcadia posible, al oeste del Edén, sin utopía, bastan los cuerpos para hacer propicia la tierra. Muchas veces no hay más paisaje que el deseo, su vida sin historia.

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